El mal en Sócrates y Jantipa
Ex nihilo nihil fit (nada surge de nada), dice el lema clásico. Y es que esta implicación entre pensar y actuar resulta también relevante para comprender la importancia de la relación directa entre la vida de Sócrates y su pensamiento. Aristóteles nos cuenta en Académica (I,4,15) lo siguiente: “Yo creo que Sócrates – en realidad esto está universalmente admitido- fue el primero que apartó la filosofía de cuestiones que la misma naturaleza había envuelto en la oscuridad, de las que se habían ocupado todos los filósofos anteriores a él, y la aplicó a la vida ordinaria, orientando sus investigaciones a las virtudes y los vicios, y en general al bien y al mal.” Pese a que Sócrates comenzó sus indagaciones de la misma manera que el resto de los filósofos que le había precedido, buscando conocer lo que le rodeaba, no tardó demasiado en comprobar que su insatisfacción en este tema fundamentalmente delataba otras inquietudes. Se podría decir que si el resto de los filósofos buscaban saber cómo era el mundo en que vivían, a Sócrates le preocupaba más saber por qué era el mundo como era y qué papel teníamos nosotros dentro de él. Una pregunta con puntos en común con la del resto de sus predecesores pero que apuntaba en otra dirección.
Esta preocupación por la ética y la integridad con la que vivió su vida ha hecho que la sombra de Sócrates creciese enormemente pero, al mismo tiempo, ha entorpecido su otra cara oculta. En esta cara oculta se podría decir que si Sócrates llegó a ser el iniciador de la ética fue porque tuvo una clara visión de lo que era el mal (especialmente el mal moral). Sócrates mismo confirmó que su comportamiento era fruto de un esfuerzo titánico por no volver a acercarse a lo que podríamos llamar, el horror. Aunque gozaba de un carácter casi infinitamente paciente, lo cierto es que en las raras ocasiones en que llegaba a tener alguna clase de exabrupto lo hacía de una forma feroz y dejando ver mucha rabia contenida.
Jantipa, su mujer, era muy popular por su terrible carácter. Mucha de la gente que frecuentaba a Sócrates estaba muy sorprendida de que pudiese soportar a la que parecía mujer más insoportable de toda Atenas. Aunque Sócrates respondía esquivamente dando razones secundarias (que Jantipa le daba hijos, que si llegaba a soportarla podría aguantar con el carácter de cualquier otra persona, etc…) puede suponerse que la inmensa rabia y mal carácter que constantemente mostraba Jantipa no era tan distinta de la que Sócrates reprimía tras su gran paciencia. Si de Sócrates hay motivos para presumir un pasado en el que fue esclavo, del comportamiento neurótico de Jantipa podría esperarse un pasado con penalidades no tan distintas. Quizás aquí podría verse uno de los verdaderos nexos que unían a Sócrates con Jantipa.
Aunque la rabia de Sócrates estaba casi siempre reprimida o disimulada hay varias pistas que nos muestran que detrás de una persona de elevada talla moral como esta se ocultaba otro rostro menos amable.
Zópiro era un contemporáneo de Sócrates que se jactaba de adivinar el carácter de las personas al observar sus rostros. Él decía ver en Sócrates rasgos que delataban una naturaleza viciosa e inclinada a la lujuria. Las personas que se encontraban con Sócrates y oyeron pronunciar estas palabras a Zópiro rieron profusamente sabedores de que Sócrates había demostrado con creces ser una de las personas más ejemplares que se podían encontrar en la Atenas de aquel momento. Sin embargo fue el propio Sócrates el que salió en defensa de lo que atestiguaba Zópiro para darle la razón, al tiempo que también se excusaba diciendo que todos los placeres eran buenos y que él los había conquistado por la razón. La situación parece haber sido la siguiente: “A un hombre que pasaba por experto fisonomista le mostraron una imagen de Sócrates y dijo: Este hombre está dominado por deseos depravados. La gente se rió de él diciendo: -Éste es Sócrates, el más moderado de todos. Pero Sócrates se interpuso con estas palabras: ¡Un momento! El hombre no miente. Yo soy por naturaleza como dice, pero me domino a mí mismo y controlo mis deseos.”
La anécdota de Zópiro no es la única sobre este tema. Juan Casiano cuenta como un fisonomista dijo sobre Sócrates que tenía “los ojos de un pederasta”. Pese a que sus seguidores quisieron defender el honor de Sócrates vengando la afrenta, de nuevo el mismo Sócrates se interpuso y dijo: “Tranquilizaos, amigos míos, pues efectivamente soy así, aunque intento atemperarme.”
Así pues resulta cada vez más evidente que detrás del poco cuestionable comportamiento del hombre que pensaba que es peor hacer sufrir una injusticia que padecerla se encontraba todo lo contrario de lo que buscaba. Una inmensa rabia reprimida que fue unos de los detonantes para necesitar el tan ansiado e innovador referente moral.