Aprender una forma de vida que nos predisponga a la contemplación desvinculándose en lo posible del mundo de aquí abajo es el objetivo de la vida para Plotino. A diferencia de los gnósticos él buscaba una contemplación que culminase en que el hombre se asemejase a Dios mediante la virtud. La gnosis, que es conocimiento puro, no sirve ya que lo que nos guía hacia Dios es la transformación interna por medio de la virtud: “[…] Sin embargo lo que nos muestra a Dios es la virtud cuando progresa hacia la perfección y se implanta en el alma junto con la sabiduría: pues sin la virtud verdadera, el Dios del que hablamos no es más que un hombre” (II,9,15,28). Una muestra de que se guió por esta máxima es que en los últimos años de su vida sus obras están casi exclusivamente dedicadas a cuestiones morales.
El objetivo de Plotino es consagrar la vida lo más posible a ascender mediante la virtud a la contemplación: “[…] Y ésta es la vida de los dioses y los hombres divinos y bienaventurados: ser liberado de las realidades de aquí abajo, vivir sin deleitarse en las realidades de este mundo, huir solo hacia el Único.” (VI,9,11,46). La virtud, que es nacida de la contemplación y regresa de la contemplación, nos guía hasta hacernos dejar de interesar volver al mundo ordinario aunque, paradójicamente, allí arriba al encontramos a nosotros mismos ya no nos pertenecemos: “¿Por qué, entonces, no quedarse ahí arriba?” (VI,9,10,1). En el proceso de ascensión la virtud cobra fuerza cuando el alma decae de la contemplación, porque la virtud una vez ha conocido la alegría de la unión divina (aunque sea fugazmente) desea volver a ella: “El alma sólo se emociona cuando recibe el efluvio que emana del Bien” (VI,7,22,8) “El alma ama el Bien porque, desde el origen, ha sido incitada por Él a amarle.” (VI,7,31,17)
Plotino distingue dos grados de las virtudes que son inseparables y que corresponden con dos niveles de realidad humana. Primero las que podrían llamarse sociales que son prudencia, justicia, fuerza y templanza que, cuando pertenecen a este nivel, sólo moderan las pasiones que provienen del cuerpo. Segundo, y por encima de éstas, las virtudes purificadoras: ” Por ellas en lugar de adecuarse al cuerpo, como sucede con las virtudes sociales, se separa radicalmente de él volviendo su atención hacia Dios. El “compuesto” es entonces esa parte de nosotros mismos que corresponde a una especie de mezcla del alma con el cuerpo y que es donde se producen pasiones, deseos, penas y placeres. Por encima de él está el alma pura, cuya actividad propia es la contemplación de Dios.
“El hombre verdadero es otro; es puro en relación con todo aquello que nos acerca a la animalidad. Posee las virtudes que pertenecen al orden del pensamiento, que tienen su morada en el alma que se separa del cuerpo, que se separa e incluso que está ya completamente separada, aún estando aquí abajo” (I,1,10,7) “[…] y no vivir una vida del hombre, esa vida que era la de un hombre de bien según el juicio de la virtud social. Al abandonar esa vida, elige otra, la vida divina.” (I,2,7,22) “Desde ese momento, la sabiduría y la prudencia consisten en la contemplación de las realidades que están en el Espíritu divino […] La justicia superior consiste en dirigir su actividad hacia el Espíritu […]” (I,2,6,13)
Nota: Las referencias que están entre paréntesis pertenecen todas a las “Enéadas” de Plotino.
El objetivo de Plotino es consagrar la vida lo más posible a ascender mediante la virtud a la contemplación: “[…] Y ésta es la vida de los dioses y los hombres divinos y bienaventurados: ser liberado de las realidades de aquí abajo, vivir sin deleitarse en las realidades de este mundo, huir solo hacia el Único.” (VI,9,11,46). La virtud, que es nacida de la contemplación y regresa de la contemplación, nos guía hasta hacernos dejar de interesar volver al mundo ordinario aunque, paradójicamente, allí arriba al encontramos a nosotros mismos ya no nos pertenecemos: “¿Por qué, entonces, no quedarse ahí arriba?” (VI,9,10,1). En el proceso de ascensión la virtud cobra fuerza cuando el alma decae de la contemplación, porque la virtud una vez ha conocido la alegría de la unión divina (aunque sea fugazmente) desea volver a ella: “El alma sólo se emociona cuando recibe el efluvio que emana del Bien” (VI,7,22,8) “El alma ama el Bien porque, desde el origen, ha sido incitada por Él a amarle.” (VI,7,31,17)
Plotino distingue dos grados de las virtudes que son inseparables y que corresponden con dos niveles de realidad humana. Primero las que podrían llamarse sociales que son prudencia, justicia, fuerza y templanza que, cuando pertenecen a este nivel, sólo moderan las pasiones que provienen del cuerpo. Segundo, y por encima de éstas, las virtudes purificadoras: ” Por ellas en lugar de adecuarse al cuerpo, como sucede con las virtudes sociales, se separa radicalmente de él volviendo su atención hacia Dios. El “compuesto” es entonces esa parte de nosotros mismos que corresponde a una especie de mezcla del alma con el cuerpo y que es donde se producen pasiones, deseos, penas y placeres. Por encima de él está el alma pura, cuya actividad propia es la contemplación de Dios.
“El hombre verdadero es otro; es puro en relación con todo aquello que nos acerca a la animalidad. Posee las virtudes que pertenecen al orden del pensamiento, que tienen su morada en el alma que se separa del cuerpo, que se separa e incluso que está ya completamente separada, aún estando aquí abajo” (I,1,10,7) “[…] y no vivir una vida del hombre, esa vida que era la de un hombre de bien según el juicio de la virtud social. Al abandonar esa vida, elige otra, la vida divina.” (I,2,7,22) “Desde ese momento, la sabiduría y la prudencia consisten en la contemplación de las realidades que están en el Espíritu divino […] La justicia superior consiste en dirigir su actividad hacia el Espíritu […]” (I,2,6,13)
Nota: Las referencias que están entre paréntesis pertenecen todas a las “Enéadas” de Plotino.
Este artículo fue publicado
el 26 noviembre 2009
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