Mientras que Sócrates afirmaba que existen unos criterios morales sobre los que poder hacer una fundamentación, los sofistas postulaban todo lo contrario ya que mantenían sus posturas basadas en el escepticismo y se posicionaban como unos terroristas de la moral dispuestos a minar los valores tradicionales. Por eso la rivalidad fundamental que había entre ellos se podría resumir como un testimonio de fe.
Ambos eran fruto de la época. Una época en la que la gente se encontraba sin respuestas después de sentirse insatisfecha con la primera filosofía naturalista que había quedado en un camino sin salida, con las convicciones religiosas tradicionales y, como señala Tucídides, con una gran crisis moral fruto de las guerras, la peste, y las facciones en lucha del poder. Algunos paralelismos que nos ilustran de los caminos parejos que llevaban ambos los podemos ver por ejemplo en que hasta cierto punto ambos compartían la enseñanza de la virtud o “areté” o en que también buscaban la enseñanza y el aprendizaje fundamentalmente por medio de diálogos hablados, que en el caso de Sócrates era la famosa mayeútica.
Una de las más relevantes denuncias de los sofistas correspondía al contrato social (una especie de precedente del que hablaría siglos más tarde Rousseau). Sus tendencias se centraban en la idea de que existe una mayoría débil que para defenderse de los fuertes ha creado un conjunto de leyes por interés propio y que por lo tanto no provenían de los dioses. Protágoras o Calicles son buenos representantes de esta postura. Antifonte señala como principio supremo a “la vida” y designa como irrelevante lo que va en su contra.
Con todo lo anteriormente citado implícitamente tenemos una inversión de los conceptos tradicionales de bueno y malo. Mientras que para Sócrates era peor cometer una injusticia que sufrirla, ahora nos encontramos con un grupo de personas que dicen que lo lógico es que prevalezca el más fuerte por cualquier medio que sea necesario.
Además de desbancar a los dioses como fundamento de justicia, propugnaron que lo legal no tenía por qué coincidir con lo justo (claramente influenciada esta postura por sus observaciones antropológicas de otras culturas), y que lo justo y lo injusto no tienen existencia objetiva. Con la última frase querría quedarme especialmente.
Protágoras señala al hombre como la medida de todas las cosas, con lo que un objeto que para uno puede ser frío para otro puede ser caliente y, como se citaba anteriormente, esto significa que no existe una realidad objetiva externa. Traspasado esto al ámbito moral (como hizo Arquelao) tenemos la no existencia objetiva de la justicia. Llegados a este punto es fácil deducir que si no hay justicia, tampoco existe el bien y el mal objetivamente. Esto deja la puerta abierta a muchas cosas. Si no hay moral objetiva todo está permitido.
Ambos eran fruto de la época. Una época en la que la gente se encontraba sin respuestas después de sentirse insatisfecha con la primera filosofía naturalista que había quedado en un camino sin salida, con las convicciones religiosas tradicionales y, como señala Tucídides, con una gran crisis moral fruto de las guerras, la peste, y las facciones en lucha del poder. Algunos paralelismos que nos ilustran de los caminos parejos que llevaban ambos los podemos ver por ejemplo en que hasta cierto punto ambos compartían la enseñanza de la virtud o “areté” o en que también buscaban la enseñanza y el aprendizaje fundamentalmente por medio de diálogos hablados, que en el caso de Sócrates era la famosa mayeútica.
Una de las más relevantes denuncias de los sofistas correspondía al contrato social (una especie de precedente del que hablaría siglos más tarde Rousseau). Sus tendencias se centraban en la idea de que existe una mayoría débil que para defenderse de los fuertes ha creado un conjunto de leyes por interés propio y que por lo tanto no provenían de los dioses. Protágoras o Calicles son buenos representantes de esta postura. Antifonte señala como principio supremo a “la vida” y designa como irrelevante lo que va en su contra.
Con todo lo anteriormente citado implícitamente tenemos una inversión de los conceptos tradicionales de bueno y malo. Mientras que para Sócrates era peor cometer una injusticia que sufrirla, ahora nos encontramos con un grupo de personas que dicen que lo lógico es que prevalezca el más fuerte por cualquier medio que sea necesario.
Además de desbancar a los dioses como fundamento de justicia, propugnaron que lo legal no tenía por qué coincidir con lo justo (claramente influenciada esta postura por sus observaciones antropológicas de otras culturas), y que lo justo y lo injusto no tienen existencia objetiva. Con la última frase querría quedarme especialmente.
Protágoras señala al hombre como la medida de todas las cosas, con lo que un objeto que para uno puede ser frío para otro puede ser caliente y, como se citaba anteriormente, esto significa que no existe una realidad objetiva externa. Traspasado esto al ámbito moral (como hizo Arquelao) tenemos la no existencia objetiva de la justicia. Llegados a este punto es fácil deducir que si no hay justicia, tampoco existe el bien y el mal objetivamente. Esto deja la puerta abierta a muchas cosas. Si no hay moral objetiva todo está permitido.
Este artículo fue publicado
el 07 diciembre 2009
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