Es obvio que para un niño sus padres lo son todo y lo que a ellos les suceda y cómo sean decidirá la visión que tendrá de la existencia. Aunque los valores que transmite cada uno pueden ser hasta cierto punto intercambiables podríamos establecer una tendencia que sirva para ilustrar cómo afecta esto al niño. Si suponemos que el amor materno hacia su hijo es incondicional (te quiero por ser mi hijo) podemos ver como la ausencia o existencia de éste, así como sus características, otorga al niño una visión u otra. Por ejemplo, una madre agresiva puede producir inseguridad y una madre afectuosa y segura de sí misma puede ayudar a que un niño se sienta más confiado en sus posibilidades. Si la visión paterna tiende a proceder del amor condicional (te quiero tanto como hijo conforme aprendas a desenvolverte), un padre férreo podría producir rechazo hacia el poder establecido.
En cierto modo podría decirse que casi todos somos huérfanos ya que lo más normal es que alguna vez nuestros padres mueran antes que nosotros. Sin embargo creo que hay una diferencia fundamental entre perderlos antes de ser adulto y después de serlo. Un niño forma la visión del mundo principalmente a través de la imagen que sus padres le trasmiten, mientras que un adulto ya tiene formada su percepción. De esta manera la misma pérdida no tiene el mismo valor si sucede antes o después de ser adulto. Si es posterior la herida que le produce esa pérdida puede llegar a cicatrizar y podrá seguir adelante sin que, en condiciones normales, no varíe sustancialmente su concepción del mundo. Si es anterior a la madurez cambia la situación porque, el niño que todavía no ha terminado de crecer, estaba formándose y ese proceso ha quedado cortado (generalmente de una forma brusca). Entonces la herida ya no es algo externo que podría llegar a cicatrizar, sino que forma parte del niño. Es entonces cuando es un verdadero huérfano ya que siempre tendrá ese desamparo de haber perdido a uno de sus progenitores. Las preguntas que le quedarán abiertas en su vida cotidiana intentarán cerrarse ya no sólo como hechos concretos sino que se maximizarán hasta buscar una respuesta abstracta y racional. El largo camino ya queda preparado.
Hume representa claramente esta amargura y este sentimiento de pérdida cuando recuerda lo que significó en su vida la temprana pérdida de su padre a los tres años: “My father, who passed for a man of parts, died when I was infant, leaving me….” (Mi padre, que era tenido por hombre inteligente, murió siendo yo de corta edad, dejándome,…) . También entra en esta característica Rousseau, que pierde a su madre a los diez días. Él mismo dice: “nací lisiado y enfermo; costé la vida a mi madre, y mi nacimiento fue la primera de mis desgracias.”
Pero Hume y Rousseau no son los únicos, sino que fácilmente podemos encontrar una larga lista de reconocidos filósofos que de alguna manera y en mayor o menor proporción se han visto incluidos dentro de esta condición. Además la proporción de filósofos huérfanos frente a los que no lo son no es corta, podría llegar a cerca de tres cuartas partes (dependiendo de los filósofos que establezcamos como más reconocidos).
Otros casos reconocidos fueron los de Platón que pierde a su padre poco después de nacer, encontrará un sustituto a la figura paterna en Sócrates y será pro-socrático. Aristóteles, huérfano de madre a los once años y de padre a los diecisiete tiene en su maestro Platón una figura distante, termina siendo antiplatónico. Descartes también perdió a su madre con prontitud. Pascal quedó huérfano de madre a los tres años. Leibniz perdió a su padre a los seis años y a su madre a los diecisiete. Kant y Hegel pierden a su madre con trece años. Bertrand Russell es huérfano de madre a los cuatro y de padre a los seis. Camus y Sartre son huérfanos de padre con sólo un año.
Parece haber sido especialmente brusco el caso de Orígenes, que ve a los trece años el martirio de su padre Leónidas, víctima de las persecuciones a los cristianos de Séptimo Severo en el 202, y el de Schopenhauer, que contempla el suicidio de su padre a los dieciocho mientras su madre hacía una fiesta. Dice: “Mi señora madre organizaba veladas mientras él se apagaba en la soledad. Ella se divertía mientras él se debatía entre enormes sufrimientos. Ese es el amor de las mujeres.” Lógicamente Schopenhauer termina siendo un misógino.
Nota: la imagen es un detalle del cuadro de Edvard Munch "La madre muerta".