
Hay bastantes ocasiones en que los filósofos no coinciden con el comportamiento habitual de la gente en cuanto a las relaciones amorosas. Actitudes forzadas o fuera de lugar se han sucedido en sus biografías revelando quizás una muestra más de su falta de adaptación al mundo. Cuando se espera algo impulsivo sucede la racionalización del momento, y cuando se demanda una abstracción aparece una conceptualización cualquiera. También están las soluciones extremas, que son en este gremio más habituales que en el promedio de la población: virginidad o castración si se opta por la continencia o desenfreno absoluto si se decide a llevar una vida disoluta. De entre los castrados el primero fue Orígenes, que se emasculó él mismo a los veinte años. El siguiente fue Pedro Abelardo, que fue castrado contra su voluntad. Entre los vírgenes están: Plotino, Tomás de Aquino, Erasmo, Paracelso, Spinoza, Pascal, Malebranche, Kant, Lagneau, Simone Weil,… Entre los solteros: Gorgias, Epicteto, Platón, Plotino, Proclo, Tomás de Aquino, Descartes, Pascal, Spinoza, Locke, Leibniz, Malebranche, Voltaire, Kant, Schopenhauer, Kierkegaard, Spencer, Nietzsche (rechazado dos veces), Wittgenstein, Foucault,….
San Agustín y Ramón Llull llegan a la completa abstinencia pero después de una época de grandes excesos. Si contemplamos esto desde un punto de vista freudiano podríamos pensar que no matan la libido, lo que hacen es reemplazar la pasión sexual por la evangélica, o lo que es lo mismo la aplicación del concepto de sublimación de Freud.
Spinoza es un buen ejemplo de extrañamiento, incluso a los veinticinco años, su vida sexual es un gran vacío por pasividad. Él mismo trata de justificarse racionalizando que el placer sexual mantiene el alma “en suspenso”, le impide pensar en otro bien y además está el dicho de que “después del coito, todo animal se siente triste”, por lo tanto prefiere el amor a Dios en lugar del a las mujeres.