El problema del mal en la historia del pensamiento: 9-San Anselmo de Canterbury, la deuda inasumible.
San Anselmo de Canterbury (1033-1109) se decanta por el planteamiento de la fe que busca el entendimiento y el de la razón que evalúa los contenidos de la religión. Esta síntesis presupone que los contenidos de la fe son susceptibles de un análisis racional, con lo que se centra en este aspecto y tiende a marginar lo que escapa al mundo de la razón. Busca sustituir los planteamientos teológicos por argumentos racionales: “[…] porque no busco comprender para creer, sino que creo para llegar a comprender. Creo, en efecto, porque, si no creyere, no llegaría a comprender.” (Proslogion)
Sus presupuestos tienen la base en la tradición cristiana y en la metafísica griega, incluso él mismo es un representante destacado de la introducción del mundo griego en el cristianismo. Lo que busca en el Dios del la biblia es la misma racionalidad que tenía el Dios metafísico del mundo griego y así establece una “lógica de la divinidad” que permite mostrar lo que Dios puede hacer o ser de acuerdo con su estatus.
De la misma forma que San Agustín toma el pecado como origen y desde ahí se remonta al estadio en el que el hombre se hallaba en el paraíso, un estadio caracterizado por la inmortalidad al no existir aún el pecado. Al llegar el pecado con él llegó la muerte. Teniendo como base a San Agustín afirma que el pecado significa un apartamiento, al tiempo que prioriza el agravio que se le hace a Dios, por lo que el libre albedrío, y no tanto la degeneración de la naturaleza, es el último responsable. Al no restituir a Dios el agravio hecho con los intereses debidos el pecador se convierte a estas alturas en un deudor de la honra otorgada por Dios: “[…] ya que el que deshonra a alguien no satisface con devolverle el honor, sino que debe compensar la molestia que le causó.” (Cur Deus homo II,92,94). No sólo es deudor, sino que al no dar a Dios la gloria merecida se convierte en perturbador de la creación.
Recordemos que San Anselmo pertenece a la Alta Edad Media y en esta época el derecho de vasallaje conlleva un alto concepto del honor, concepto que San Anselmo traslada también a su concepción de Dios. Incluso las manos juntas, que es propio de la actitud del vasallo, se convirtió en el símbolo de la actitud del cristiano ante Dios (desplazando a las anteriores manos en posición abierta del orante romano). La relación que establece el hombre con Dios es la de vasallo a Señor, una relación desigual que coloca a Dios siempre en la cúspide.
Adán es un elemento clave a la hora de remontarnos ya que en él se da a la vez el pecado personal del individuo y el de toda la humanidad. En Adán es el sujeto el que ha corrompido la naturaleza, mientras que para los demás es la naturaleza corrompida la que impregna las personas haciéndolas deudoras. Desde este hecho en la Patrística y en el Medievo se desarrolló la idea de que la muerte en la cruz se convirtió en un rescate que pagó Cristo crucificado por nosotros. Cristo es el capacitado para pagar la deuda ya que no tiene pecado original y es hombre e hijo de Dios. Dios queda satisfecho y el hombre redimido, salvo porque debe de padecer algunas consecuencias de la naturaleza corrompida (aquí destaca especialmente la muerte). San Anselmo se pregunta por la necesidad de que Cristo sea necesario para restituir la deuda estimando que si Dios perdonase y no restaurase el orden perturbado actuaría de manera indigna. Nunca dice que Dios exija la sangre del hijo para aplacar su ira contra los pecadores, es el hijo el que se entrega y Dios deja que libremente asuma su muerte. San Anselmo invalida esta solución obligando a que sea a Dios a quién haya que retribuirle la deuda y además, como se ha lesionado el honor a Dios se le debe de pagar un suplemento por el mal cometido. El problema es que el hombre no está capacitado para devolver esa deuda al ser completamente desproporcionada, con lo que sólo le queda la otra opción, recibir el necesario castigo.
Restituir el honor a Dios además se convierte en el trasfondo para condenar a los que no aceptan integrarse en el orden de la salvación generado por Cristo y consiguientemente la Iglesia queda magnificada al ser el único camino objetivo de salvación ya que el imprescindible bautismo pasa por sus manos. Además el sufrimiento y la muerte quedan explicados racionalmente y, por lo tanto, pierden su dimensión trágica. Un Dios oscuro nace con los planteamientos de San Anselmo que posteriormente encontraría la extensión en algunos de sus discípulos que llegarían a pensar que Dios exige la muerte de su hijo.
San Anselmo es consciente de los problemas que ofrece su concepto de reparación y trata de solucionarlos. Se pregunta cómo puede exigir que perdonemos a los que nos ofenden, mientras que Dios no perdona. A esto responde: “Dios nos lo manda para que no presumamos de hacer lo que sólo es de Dios. Porque a nadie toca hacer venganza, sino a Él, que es señor de todas las cosas” (Cur Deus homo I,12: II,70)
Sus presupuestos tienen la base en la tradición cristiana y en la metafísica griega, incluso él mismo es un representante destacado de la introducción del mundo griego en el cristianismo. Lo que busca en el Dios del la biblia es la misma racionalidad que tenía el Dios metafísico del mundo griego y así establece una “lógica de la divinidad” que permite mostrar lo que Dios puede hacer o ser de acuerdo con su estatus.
De la misma forma que San Agustín toma el pecado como origen y desde ahí se remonta al estadio en el que el hombre se hallaba en el paraíso, un estadio caracterizado por la inmortalidad al no existir aún el pecado. Al llegar el pecado con él llegó la muerte. Teniendo como base a San Agustín afirma que el pecado significa un apartamiento, al tiempo que prioriza el agravio que se le hace a Dios, por lo que el libre albedrío, y no tanto la degeneración de la naturaleza, es el último responsable. Al no restituir a Dios el agravio hecho con los intereses debidos el pecador se convierte a estas alturas en un deudor de la honra otorgada por Dios: “[…] ya que el que deshonra a alguien no satisface con devolverle el honor, sino que debe compensar la molestia que le causó.” (Cur Deus homo II,92,94). No sólo es deudor, sino que al no dar a Dios la gloria merecida se convierte en perturbador de la creación.
Recordemos que San Anselmo pertenece a la Alta Edad Media y en esta época el derecho de vasallaje conlleva un alto concepto del honor, concepto que San Anselmo traslada también a su concepción de Dios. Incluso las manos juntas, que es propio de la actitud del vasallo, se convirtió en el símbolo de la actitud del cristiano ante Dios (desplazando a las anteriores manos en posición abierta del orante romano). La relación que establece el hombre con Dios es la de vasallo a Señor, una relación desigual que coloca a Dios siempre en la cúspide.
Adán es un elemento clave a la hora de remontarnos ya que en él se da a la vez el pecado personal del individuo y el de toda la humanidad. En Adán es el sujeto el que ha corrompido la naturaleza, mientras que para los demás es la naturaleza corrompida la que impregna las personas haciéndolas deudoras. Desde este hecho en la Patrística y en el Medievo se desarrolló la idea de que la muerte en la cruz se convirtió en un rescate que pagó Cristo crucificado por nosotros. Cristo es el capacitado para pagar la deuda ya que no tiene pecado original y es hombre e hijo de Dios. Dios queda satisfecho y el hombre redimido, salvo porque debe de padecer algunas consecuencias de la naturaleza corrompida (aquí destaca especialmente la muerte). San Anselmo se pregunta por la necesidad de que Cristo sea necesario para restituir la deuda estimando que si Dios perdonase y no restaurase el orden perturbado actuaría de manera indigna. Nunca dice que Dios exija la sangre del hijo para aplacar su ira contra los pecadores, es el hijo el que se entrega y Dios deja que libremente asuma su muerte. San Anselmo invalida esta solución obligando a que sea a Dios a quién haya que retribuirle la deuda y además, como se ha lesionado el honor a Dios se le debe de pagar un suplemento por el mal cometido. El problema es que el hombre no está capacitado para devolver esa deuda al ser completamente desproporcionada, con lo que sólo le queda la otra opción, recibir el necesario castigo.
Restituir el honor a Dios además se convierte en el trasfondo para condenar a los que no aceptan integrarse en el orden de la salvación generado por Cristo y consiguientemente la Iglesia queda magnificada al ser el único camino objetivo de salvación ya que el imprescindible bautismo pasa por sus manos. Además el sufrimiento y la muerte quedan explicados racionalmente y, por lo tanto, pierden su dimensión trágica. Un Dios oscuro nace con los planteamientos de San Anselmo que posteriormente encontraría la extensión en algunos de sus discípulos que llegarían a pensar que Dios exige la muerte de su hijo.
San Anselmo es consciente de los problemas que ofrece su concepto de reparación y trata de solucionarlos. Se pregunta cómo puede exigir que perdonemos a los que nos ofenden, mientras que Dios no perdona. A esto responde: “Dios nos lo manda para que no presumamos de hacer lo que sólo es de Dios. Porque a nadie toca hacer venganza, sino a Él, que es señor de todas las cosas” (Cur Deus homo I,12: II,70)
Este artículo fue publicado
el 21 agosto 2010
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