El problema del mal en la historia del pensamiento: 11- Leibniz (parte 2): El mal metafísico, físico y moral.
Leibniz delimita la división del mal y ésta desde entonces termina siendo un repetido referente: “El mal puede ser metafísico, físico y moral. El mal metafísico consiste en la simple imperfección, el mal físico en el padecimiento, y el mal moral en el pecado.” (Teodicea 21;167).
El mal metafísico tiene para Leibniz una importancia fundamental sobre el moral y el físico ya que de él se derivan los dos segundos. El mal metafísico es el origen imperfecto, ya antes incluso del pecado original, y es lo que impide que nos asemejemos a Dios: “Porque Dios no podía darle todo, sin hacer de ella un Dios.” (Teodicea 31;20;). Esta imperfección original es la que hace posible todo mal: “La imperfección original de las criaturas pone límites a la acción del creador que tiende al bien […] Como la materia misma es un efecto de Dios […] no puede ser ella misma la fuente del mal y de la imperfección. Hemos mostrado que esta fuente se encuentra en las formas o ideas de los posibles […] que no es algo hecho por Dios” (Teodicea, 380) Por lo tanto el hombre no es un fin en sí, simplemente es un medio para el esquema armonioso global y, consecuentemente, la felicidad humana no es objetivo del creador.
Los presupuestos del mal moral parten del problema de que al ser Dios omnipotente puede prever las acciones e impedirlas, sin embargo las permite. Para resolver este problema describe la predeterminación interna de la libertad y desde ahí establece la conducta que se deja llevar por las motivaciones afectivas y la que se deja guiar por las ideas claras y distintas. La conducta que está guiada por la razón es la que corresponde a la libertad, mientras que el comportamiento afectivo y desorganizado conduce al mal moral. Entonces entra en juego el pecado original que también ha corrompido al hombre otorgándole la tendencia a pecar. Sin embargo “El mal originado por el ejercicio de la libertad es un mal menor, en comparación con el de crear seres racionales y libres.” (Teodicea 23-25), con lo que la conclusión es que:“En otras palabras es necesario que el mal sea posible, pero es contingente que sea actual” (Causa Dei 68-69). La magnificación de la armonía termina paradójicamente haciendo hablar a Leibniz bien del mal: “Así el fundamento del mal es necesario, pero su producción contingente. Como en San Anselmo lo que importa es más la honra de Dios: “Atendiéndonos pues a la doctrina establecida de que el número de los condenados eternamente será incomparablemente más grande que el de los salvados, es preciso decir que el mal no dejará de aparecer casi como nada, en comparación del bien, cuando se considera la verdadera grandeza de la ciudad de Dios” (Teodicea 19;17;263).
Leibniz, que dedica poco espacio al mal físico, lo define como lo que nos desagrada, contrapuesto al bien físico (dolor, el sufrimiento, la incomodidad,…). Sus adversarios, Bayle entre ellos, le critican que coopera con el mal físico, ya que podría haber hecho una creación mejor en la que hubiese menos sufrimiento. Leibniz le contesta que Dios quiere el mal físico desde tres perspectivas complementarias: “Puede decirse del mal físico, que Dios lo quiere muchas veces como una pena debida por su culpa. […] La pena sirve además para producir la enmienda y como ejemplo. Y el mal sirve a menudo para gustar mejor el bien y para una mayor perfección del que lo sufre.” (Teodicea 23)
Finalmente, utilizando el estilo de San Anselmo, defiende que “Es preciso que necesariamente haya habido razones grandes o más bien invisibles, que hayan llevado a la sabiduría divina a permitir el mal que tanto nos extraña, por el mismo hecho de que las haya permitido. Ya que nada puede venir de Dios que no sea perfectamente conforme a su bondad, justicia y santidad.” (“Conformidad de la fe con la razón” 35;37-39)
Nota: La imagen corresponde al detalle de un manuscrito de Leibniz fechado el 29 de octubre de 1675.
El mal metafísico tiene para Leibniz una importancia fundamental sobre el moral y el físico ya que de él se derivan los dos segundos. El mal metafísico es el origen imperfecto, ya antes incluso del pecado original, y es lo que impide que nos asemejemos a Dios: “Porque Dios no podía darle todo, sin hacer de ella un Dios.” (Teodicea 31;20;). Esta imperfección original es la que hace posible todo mal: “La imperfección original de las criaturas pone límites a la acción del creador que tiende al bien […] Como la materia misma es un efecto de Dios […] no puede ser ella misma la fuente del mal y de la imperfección. Hemos mostrado que esta fuente se encuentra en las formas o ideas de los posibles […] que no es algo hecho por Dios” (Teodicea, 380) Por lo tanto el hombre no es un fin en sí, simplemente es un medio para el esquema armonioso global y, consecuentemente, la felicidad humana no es objetivo del creador.
Los presupuestos del mal moral parten del problema de que al ser Dios omnipotente puede prever las acciones e impedirlas, sin embargo las permite. Para resolver este problema describe la predeterminación interna de la libertad y desde ahí establece la conducta que se deja llevar por las motivaciones afectivas y la que se deja guiar por las ideas claras y distintas. La conducta que está guiada por la razón es la que corresponde a la libertad, mientras que el comportamiento afectivo y desorganizado conduce al mal moral. Entonces entra en juego el pecado original que también ha corrompido al hombre otorgándole la tendencia a pecar. Sin embargo “El mal originado por el ejercicio de la libertad es un mal menor, en comparación con el de crear seres racionales y libres.” (Teodicea 23-25), con lo que la conclusión es que:“En otras palabras es necesario que el mal sea posible, pero es contingente que sea actual” (Causa Dei 68-69). La magnificación de la armonía termina paradójicamente haciendo hablar a Leibniz bien del mal: “Así el fundamento del mal es necesario, pero su producción contingente. Como en San Anselmo lo que importa es más la honra de Dios: “Atendiéndonos pues a la doctrina establecida de que el número de los condenados eternamente será incomparablemente más grande que el de los salvados, es preciso decir que el mal no dejará de aparecer casi como nada, en comparación del bien, cuando se considera la verdadera grandeza de la ciudad de Dios” (Teodicea 19;17;263).
Leibniz, que dedica poco espacio al mal físico, lo define como lo que nos desagrada, contrapuesto al bien físico (dolor, el sufrimiento, la incomodidad,…). Sus adversarios, Bayle entre ellos, le critican que coopera con el mal físico, ya que podría haber hecho una creación mejor en la que hubiese menos sufrimiento. Leibniz le contesta que Dios quiere el mal físico desde tres perspectivas complementarias: “Puede decirse del mal físico, que Dios lo quiere muchas veces como una pena debida por su culpa. […] La pena sirve además para producir la enmienda y como ejemplo. Y el mal sirve a menudo para gustar mejor el bien y para una mayor perfección del que lo sufre.” (Teodicea 23)
Finalmente, utilizando el estilo de San Anselmo, defiende que “Es preciso que necesariamente haya habido razones grandes o más bien invisibles, que hayan llevado a la sabiduría divina a permitir el mal que tanto nos extraña, por el mismo hecho de que las haya permitido. Ya que nada puede venir de Dios que no sea perfectamente conforme a su bondad, justicia y santidad.” (“Conformidad de la fe con la razón” 35;37-39)
Nota: La imagen corresponde al detalle de un manuscrito de Leibniz fechado el 29 de octubre de 1675.
Este artículo fue publicado
el 23 agosto 2010
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Leibniz
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