El problema del mal en la historia del pensamiento: 12-Rousseau: el menosprecio del mal para salvaguardar a Dios.
El “optimismo” de la concepción que perfiló y representó Leibniz respecto al problema del mal comenzó a derrumbarse el día que se produjo el terremoto de Lisboa (1 de Noviembre de 1755). Fue de tal crueldad y golpeó en tantos lugares que la existencia del mal se hizo de nuevo patente a todos los niveles. La ausencia de Dios (al igual que después se denunciaría en Auschwitz) parecía mostrarse irónica con los que buscaron refugio en las Iglesias implorando a la divinidad ya que perecieron más rápidamente, o los que, intentando escapar de la ciudad fueron a la costa, terminando irremisiblemente arrollados por el maremoto que se sucedió inmediatamente después.
Aunque la influencia en el pensamiento es innegable, habiendo un antes y un después del terremoto, muchos ilustrados parecían seguir presos de sus ideas y, en ocasiones, todavía intentaban recomponer las piezas del puzle para encontrar algún tipo de unidad que justificase sus pensamientos. Si Voltaire ya volvió a poner de relevancia el mal físico, Rousseau se alzó para rebatirlo y encontrar una nueva justificación a la concepción optimista de Leibniz que parecía derrumbada e inasumible a base de menospreciar el mal.
La cosmología de Leibniz, con una clara influencia de la causalidad estoica, basaba su optimismo en que todo es causado por algo y en última instancia nos encontrábamos con Dios como fundamentador último. Para recuperar estos “hilos rotos” de la causalidad Rousseau alude a que el hecho de que el que no conozcamos la causa no impide su existencia. Así sucede con la naturaleza que, pese a tener pequeños “fallos”, funciona globalmente con una precisión admirable.
Voltaire, en su verso 55, se lamenta de que el terremoto no hubiese sido en el desierto. Pero Rousseau también tiene réplica para esta idea. Su crítica parte de nuevo de la minusvaloración del mal y de la supremacía del orden global. Es por ello que su respuesta se cimenta en que, viendo la inmensidad de desiertos que hay de los que no tenemos constancia, seguro que se dan muchos más terremotos en ellos que en las zonas pobladas. Lo que sucede es que no tenemos conocimiento de cada vez que esto sucede.
Buscando hacer un análisis de la situación se defiende denunciando a las altas (e innecesarias a su modo de ver) edificaciones que habían proliferado por la ciudad. Debido a ellas la tragedia y las víctimas se multiplicaron. También denuncia la mala actitud de una infinidad de personas que, al poco, volvieron a sus casas para recuperar en lo posible sus pertenecías. A causa de esto las víctimas aumentaron considerablemente.
El terremoto de Lisboa, al recordar el viejo dilema de Epicuro, supuso un descrédito para el sentido de la existencia humana. Como Rousseau fue consciente de ello, apuntó sus críticas al verso de Voltaire “nadie quisiera nacer” buscando hacer comprender que han de ser personas que han vivido en la abundancia los que son capaces de llegar a tener ideas semejantes ya que los pobres llevan, casi por definición, la esperanza arraigada dentro de ellos.
En Rousseau se encuentra en último término, al igual que en Leibniz, la justificación de Dios a toda costa. En lugar de retomar el dilema de Epicuro desde la perspectiva humana para poderse interrogar sobre Dios, parten de Dios como verdad incuestionable para así construir desde ahí una explicación con significado.
Nota: La pintura es un retrato de Rousseau por Quentin De La Tour.
Aunque la influencia en el pensamiento es innegable, habiendo un antes y un después del terremoto, muchos ilustrados parecían seguir presos de sus ideas y, en ocasiones, todavía intentaban recomponer las piezas del puzle para encontrar algún tipo de unidad que justificase sus pensamientos. Si Voltaire ya volvió a poner de relevancia el mal físico, Rousseau se alzó para rebatirlo y encontrar una nueva justificación a la concepción optimista de Leibniz que parecía derrumbada e inasumible a base de menospreciar el mal.
La cosmología de Leibniz, con una clara influencia de la causalidad estoica, basaba su optimismo en que todo es causado por algo y en última instancia nos encontrábamos con Dios como fundamentador último. Para recuperar estos “hilos rotos” de la causalidad Rousseau alude a que el hecho de que el que no conozcamos la causa no impide su existencia. Así sucede con la naturaleza que, pese a tener pequeños “fallos”, funciona globalmente con una precisión admirable.
Voltaire, en su verso 55, se lamenta de que el terremoto no hubiese sido en el desierto. Pero Rousseau también tiene réplica para esta idea. Su crítica parte de nuevo de la minusvaloración del mal y de la supremacía del orden global. Es por ello que su respuesta se cimenta en que, viendo la inmensidad de desiertos que hay de los que no tenemos constancia, seguro que se dan muchos más terremotos en ellos que en las zonas pobladas. Lo que sucede es que no tenemos conocimiento de cada vez que esto sucede.
Buscando hacer un análisis de la situación se defiende denunciando a las altas (e innecesarias a su modo de ver) edificaciones que habían proliferado por la ciudad. Debido a ellas la tragedia y las víctimas se multiplicaron. También denuncia la mala actitud de una infinidad de personas que, al poco, volvieron a sus casas para recuperar en lo posible sus pertenecías. A causa de esto las víctimas aumentaron considerablemente.
El terremoto de Lisboa, al recordar el viejo dilema de Epicuro, supuso un descrédito para el sentido de la existencia humana. Como Rousseau fue consciente de ello, apuntó sus críticas al verso de Voltaire “nadie quisiera nacer” buscando hacer comprender que han de ser personas que han vivido en la abundancia los que son capaces de llegar a tener ideas semejantes ya que los pobres llevan, casi por definición, la esperanza arraigada dentro de ellos.
En Rousseau se encuentra en último término, al igual que en Leibniz, la justificación de Dios a toda costa. En lugar de retomar el dilema de Epicuro desde la perspectiva humana para poderse interrogar sobre Dios, parten de Dios como verdad incuestionable para así construir desde ahí una explicación con significado.
Nota: La pintura es un retrato de Rousseau por Quentin De La Tour.
Este artículo fue publicado
el 24 agosto 2010
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