El problema del mal en la historia del pensamiento: 15- Schopenhauer, la aniquilación de la voluntad.
Schopenhauer asume el sufrimiento como algo consustancial a la vida: “toda vida es esencialmente dolor” (“El mundo como voluntad y representación”). Una vida que es de por sí absurda ya que no existe razón alguna para que nosotros y/o el mundo existamos: “La vida de la mayor parte de los hombres no es más que una lucha constante por su existencia misma, con la seguridad de perderla al fin. Pero lo que les hace persistir en esta fatigosa lucha no es tanto el amor a la vida como el temor a la muerte.” (“El mundo como voluntad y representación”). Como “[…] este mundo es el reino del azar y del error, por los cuales está regido sin piedad, tanto en las cosas pequeñas como en las grandes […]” (“El mundo como voluntad y representación”) no existe necesidad de conjugar las distintas dimensiones del mal con un dios bondadoso. Es por esto que no hay que pedir responsabilidades a nadie, la vida es simplemente fruto de la voluntad. Además la situación resulta irremediable: “No hay verdaderamente locura mayor que querer transformar este teatro de miserias en un lugar de placer y perseguir goces y alegrías en vez de tratar de evitar la mayor suma posible de dolores. […] El necio corre tras los placeres de la vida y encuentra una decepción; el sabio evita los males. […]”(“La sabiduría del mundo”)
La influencia budista se muestra en la concepción de que la existencia es una “caída”, lo que discurre en paralelo a la perspectiva agustiniana del pecado original. La diferencia es que Schopenhauer lleva el concepto del pecado original de San Agustín a otra dimensión: “Por eso la historia del pecado original me reconcilia con el Antiguo Testamento […] Porque nuestra existencia a nada se parece tanto como a la consecuencia de una falta y de un deseo culpable. […] habituaos a considerar este mundo como un lugar de penitencia, como una colonia penitenciaria.” (“La sabiduría de la vida”). Así pues la caída agustianiana se hace distinta y mucho más grave: “El hombre está lleno de tantas y tan grandes miserias que, si no repugnase a la religión cristiana, me atrevería a decir: si existen los demonios, ellos mismos, trasmigrados a los cuerpos de los hombres, lavan las penas del delito” (“La sabiduría de la vida”).
Nuestro error común resulta de percibir el placer como ausencia de dolor. En cuanto a esto debemos de optar por un camino parejo a los estoicos, sólo que superando su error de superficialidad, intentando con la nueva dirección llegar al interior del alma. Así hace suya, en “El mundo como voluntad y representación”, la frase que citaba Aristóteles en su “Ética a Nicómaco”: “No el placer, sino la ausencia de dolor, es lo que persigue el sabio.”. Lo que debemos de buscar es el conocimiento, ya que mediante este camino el hombre descubre los deseos latentes de la voluntad con los que debe de terminar. Schopenhauer lo llama descubrimiento del “Velo de Maya,” y consiste fundamentalmente en caer en la cuenta de que la vida individual es un engaño. Este ideal se encarna en el asceta, que es el que está en situación de percibir que sus sufrimientos y los de los demás tienen un mismo origen: “La voluntad de vivir no puede ser destruida más que por el conocimiento. De aquí que el único camino de salvación es que la voluntad se manifieste libremente, a fin de que en esa manifestación pueda conocer su propia esencia. Sólo en virtud de este conocimiento es como puede suprimirse la voluntad y con ella también el dolor, que es inseparable de su fenómeno; pero no por la violencia física […]” (“El mundo como voluntad y representación”).
Finalmente el Velo de Maya desaparece cuando se renuncia a la voluntad de vivir. El resultado de tanta renuncia es el que ha sido descrito por muchos místicos a lo largo de la historia: “posee una calma inalterable, una paz profunda y una alegría interior. […] su estado está por encima de todos los placeres del mundo y que allí mora la verdad.” (“El mundo como voluntad y representación”).
La influencia budista se muestra en la concepción de que la existencia es una “caída”, lo que discurre en paralelo a la perspectiva agustiniana del pecado original. La diferencia es que Schopenhauer lleva el concepto del pecado original de San Agustín a otra dimensión: “Por eso la historia del pecado original me reconcilia con el Antiguo Testamento […] Porque nuestra existencia a nada se parece tanto como a la consecuencia de una falta y de un deseo culpable. […] habituaos a considerar este mundo como un lugar de penitencia, como una colonia penitenciaria.” (“La sabiduría de la vida”). Así pues la caída agustianiana se hace distinta y mucho más grave: “El hombre está lleno de tantas y tan grandes miserias que, si no repugnase a la religión cristiana, me atrevería a decir: si existen los demonios, ellos mismos, trasmigrados a los cuerpos de los hombres, lavan las penas del delito” (“La sabiduría de la vida”).
Nuestro error común resulta de percibir el placer como ausencia de dolor. En cuanto a esto debemos de optar por un camino parejo a los estoicos, sólo que superando su error de superficialidad, intentando con la nueva dirección llegar al interior del alma. Así hace suya, en “El mundo como voluntad y representación”, la frase que citaba Aristóteles en su “Ética a Nicómaco”: “No el placer, sino la ausencia de dolor, es lo que persigue el sabio.”. Lo que debemos de buscar es el conocimiento, ya que mediante este camino el hombre descubre los deseos latentes de la voluntad con los que debe de terminar. Schopenhauer lo llama descubrimiento del “Velo de Maya,” y consiste fundamentalmente en caer en la cuenta de que la vida individual es un engaño. Este ideal se encarna en el asceta, que es el que está en situación de percibir que sus sufrimientos y los de los demás tienen un mismo origen: “La voluntad de vivir no puede ser destruida más que por el conocimiento. De aquí que el único camino de salvación es que la voluntad se manifieste libremente, a fin de que en esa manifestación pueda conocer su propia esencia. Sólo en virtud de este conocimiento es como puede suprimirse la voluntad y con ella también el dolor, que es inseparable de su fenómeno; pero no por la violencia física […]” (“El mundo como voluntad y representación”).
Finalmente el Velo de Maya desaparece cuando se renuncia a la voluntad de vivir. El resultado de tanta renuncia es el que ha sido descrito por muchos místicos a lo largo de la historia: “posee una calma inalterable, una paz profunda y una alegría interior. […] su estado está por encima de todos los placeres del mundo y que allí mora la verdad.” (“El mundo como voluntad y representación”).
Este artículo fue publicado
el 30 agosto 2010
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